jueves, 26 de noviembre de 2009

PERSONAS, SÓLO PERSONAS


Madrid. Una tarde cualquiera de otoño, casi de invierno.
Entro en un tren de cercanías que se dirige al centro. Después de elegir mi asiento, me acomodo, ya se sabe, pendiente de mis pertenencias.
De espaldas a mí me percato de voces que se acercan. Cuatro chicos bastante jóvenes (con esto casi desvelo mi edad) que se atropellan en la charla, cada uno con sus cosas.
Se sientan delante de mí, a cada lado del pasillo, haciendo corro. Comentan cosas de lo que les sucede, pero no consigo adivinar el qué. Físicamente no se parecen en nada y, aunque se les presupone en la misma banda de edad, uno de ellos parece más perro viejo que los otros.
Dos estaciones más allá se baja uno de ellos, algo larguirucho y desaliñado; los trajes, las chaquetas no les pegan ni con cola. Se despide: “¡Hasta mañana compañeros!”. Parece que se conocen desde siempre, sin embargo algo me dice que no es así.
Los otros tres comienzan a desvelar lo que les bulle en sus cabezas. Con palabras como de telegrama, como si fueran en clave (y yo, disimulando y cogiendo notas del suceso con el móvil, las fuera descifrando), hacen partícipe a todos los que estamos de su cháchara.
Son vendedores de línea telefónica, sí, de esos que llaman a los porteros automáticos primero y luego a todos los timbres de las casas después.
Esto empieza a ponerse interesante. Lo curioso de su conversación son las razones de por qué están en este trabajo (me ataca a la memoria lo del empleo precario). Uno de ellos, rubiete, de complexión más fuerte, comiéndose un bocadillo mojado con un refresco, protagoniza el interés de la charla, explicando con pocas palabras y algo de misterio que está en esto porque quiere ser piloto civil. Le cuesta la broma 80.000 euros en total.
Me pregunto con cuántas líneas tendrá que llenar su zona para ganar los 2.400 euros que tiene que pagar al mes por realizar su sueño: estudios, prácticas, alquiler de avioneta, combustible, permisos, licencias, exámenes, y un sinfín de requisitos más.
Las historias de los otros dos (menos expertos y maduros), no tan ambiciosas, se diluyen…
Otro de ellos se despide de igual manera. ¿Será eso de que la dinámica de grupo y de ventas les ha calado por igual?
El rubiete sale en la estación de Sol, no sin antes pedirle al otro que queda dos euros para transporte. ¡Qué incongruencia!
Le sigo. Veo la espalda de su abrigo de paño azul marino entre el devenir de personas. Subo en el ascensor. Él por las escalerillas.

jueves, 12 de noviembre de 2009

En mis sueños


Caminaba sin rumbo, en mis sueños, ya no me quedaban lágrimas... por sólo atreverme a soñar. Y soñaba... imaginaba... dulces besos que tú me darías.
Soñaba con tus abrazos y con tu sonrisa... y entre sueños decidí volver a la realidad... Hasta ahora tan sólo había visto el viento.
Levanté la vista y entre la oscuridad pronto reconocí tu silueta... Sí, eras tú... mirándome. Nos acercamos... no dijimos nada, no hacía falta.. me agarraste de la mano y me susurraste al oído: - Te estaba esperando...
A veces sueñas... y crees con seguridad que nunca se cumpliran dichos sueños. Y te rindes fácilmente, incluso te enfadas contigo mismo.
Otras, piensas que todo es posible, que sólo con desearlo será suficiente, que la creencia será más fuerte.
No lo sé...

martes, 3 de noviembre de 2009

La estupidez humana




Creía que las personas aprendían de los errores, sobre todo de los errores estúpidos. Sí, de esos que no conducen a nada, de los que nada se saca en conclusión.

Pensaba que si alguien cometía un error de intenciones, podría rebobinar e intentar volver al principio de la acción. Está claro que no es así.

¿Qué pasa por nuestra cabeza cuando la acción y sus consecuencias nos llevan al error?. Evidente...vamos camino de alojarnos en la estupidez. En esa estupidez humana(tan sólo nuestra)que nos aboca a volver a caer en ella tan pronto le demos la oportunidad. Y lo que es peor, somos incapaces de resistirnos, conseguimos entrenarnos y ella, que es lista(muy lista)fabrica un filtro invisible por el que pasan nuestra vida y nuestras decisiones.

No sé si hay remedio, por la propia ignorancia de la situación. Ni siquiera, a lo mejor, podremos combatirla siendo conscientes de su existencia.